domingo, 15 de diciembre de 2013

El despertar




Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado

las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual
Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas del sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo.


Alejandra Pizarnik.




sábado, 30 de noviembre de 2013



I

Ser de la noche y no tener dueño.
Despiertan los monstruos,
parásitos que habitan en mí.
Ser de la noche con ojos grises
y una  mordaza en la boca.
Hay perros desmembrado mis órganos
esparciendo carne de dudas.

II

Cae la oscuridad como un abrazo,
el manto de estrellas que cubre esta hora.
 Me da miedo saber
cuál es la cumbre que tocaré mañana,
saber por ejemplo
que las aves nocturnas comen 
 ratones de campo
y  yo no he nacido para cuidar.


      

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Pienso: “ha vuelto la lluvia en estos días dulces de otoño”. Mi madre me cuenta que, antes, en esta época, el rocío se congelaba sobre la hierba y ella, camino al colegio, pisaba los charcos de la mañana. Bien temprano salía de casa y a su paso los charcos se rompían, se resquebrajaban: la fina capa de agua congelada quebraba a los pies de una niña.
Yo no sé por qué pero esto me resulta bello, extremadamente hermoso: imaginar a mi madre niña, calzada con zapatos sencillos, dejando caer su huella suavemente, rozando el hielo justo antes de la explosión.
Me reconcilia con ella: su cara de susto y felicidad cuando sonaba crac, el mirar atrás para reconocer su obra, para decir: yo soy la artífice, yo destruí ese espejo, yo creé islas de hielo para las hormigas, mis pies originaron una grieta que nadie sabe, que nadie siente porque sólo yo la tuve durante un segundo bajo mis pies, antes de que estos se hundieran en el charco.
No sé si era tan sensible, si se sentía caer levemente sobre un lago diminuto, si se sumergía en él y nadaba, si se le congelaba la respiración, si tenía que pararse en seco para sacar la cabeza fuera del agua y entonces apretaba fuerte el brazo de mi abuela, si después era una sirena o un narval o una familia de esquimales risueños cazando para la cena.
Miro cómo se emociona mientras me habla de los charcos. Hay una nostalgia tras sus ojos: una fina capa de hielo que ya no rompe. Creo que en el mar más profundo de su ser hay fiordos y glaciares, en ellos pasea dormida, es dueña y señora de las tierras frías. Creo que en sueños evoca a su madre, mi yaya de piel blanca, reina hermosa de las nieves, y juntas pasean de la mano cuando todo es rocío congelado, cuando mi primer pensamiento es “ha vuelto la lluvia en estos días dulces de otoño”.

miércoles, 4 de septiembre de 2013


Me dicen
tienes alas de murciélago 
creciendo entre las escamas. 
A veces se abren paso
con cierta delicadeza 
pero otras me duelen.
  
Cojo un espejo y miro su herida,
la sangre que mana de sus raíces,
y me mareo como cuando subo un monte 
y pienso: aquí no estoy segura,
no soy lagartija ni ave rapaz 
querida lucía eres 
no más que una humana
y retas a la naturaleza 
porque quieres quitarte 
el vértigo y la vergüenza, 
porque quieres llegar a la cima 
sabiendo que si miras abajo es el final. 

Pero la cascada sigue brotando en mi espalda 
y yo no puedo dejar de mirarla 
y me acuerdo de marta 
y de la primera vez que chupé esa sangre, 
de mi tobillo, de mi dedo, de mi rodilla.

Sabiendo que es algo 
que no debería probar
si es que soy 
realmente humana,
y no un animal
que lame sus heridas,
no un animal
que se lleva la sangre a la cara
y pinta una flor, una estrella, una espiral 
y aun así,
decido beberme,
digamos salvarme,
dejar las escamas caer,
pisarlas con furia
sobre el suelo verde
y renacer.